viernes, 14 de marzo de 2008

Alondra Amarilla


El jefe indio Alondra Amarilla dijo:
“Oh Gran Espíritu, cuya voz oigo en el viento, cuyo soplo da vida al mundo, óyeme. Vengo a ti como uno de tus muchos hijos. Soy pequeño y débil. Necesito tu
fuerza y tu sabiduría. Ojala pueda caminar en la belleza.
Haz que mis ojos puedan ver siempre el sol poniente rojo y púrpura. Haz que mis manos respeten las agues que has creado y que mis oídos estén atentos a tu voz.
Haz que sea bueno para descubrir lo que has ensenado a tus hijos, esas lecciones que has escrito en cada hoja y en cada roca.
Hazme fuerte, no para ser superior a mis hermanos, sino para combatir a mi mayor enemigo: Yo mismo. Haz que cuando la vida decline como el sol poniente, mi espíritu pueda venir hacia ti sin sentir vergüenza ni pena.”
Nuestra felicidad esta intrínsecamente ligada a la felicidad de los demás y si la humanidad sufre, nosotros de un modo o de otros, también sufrimos.
Mientras más abiertos y altruistas seamos, mas paz experimentaremos dentro de nosotros mismos. Por eso tal vez la religión universal debería ser la de la acción desinteresada y su templo en el corazón de cada ser humano.

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